El viaje más difícil

El viaje más difícil

Aquel domingo intuía que ya no volverías a aquella casa en donde tan feliz fuiste. Tu biografía escrita en cada pared y en los recuerdos de tus casi 90 años de existencia. No fuiste nunca muy viajera, no porque no te gustara sino porque naciste en «otros tiempos» y sin saberlo estabas a punto de comenzar el viaje más difícil. Cerramos puertas y ventanas y esa fue la premonición más evidente. Antes de partir escribirías los últimos acordes del bolero eterno en el que bailarás.

Ahora observo con detenimiento las fotos en blanco y negro de tu juentud. Y en cada retrato, esos ojos que llamaban la atención adondequiera que miraras. Con tu belleza sencilla, a la par que elegante; con tu carácter impregnado de la humildad y el humor con dobles intenciones. Con tu sonrisa que nos calmaba en tiempos revueltos y tu amor incondicional con el que crecimos.

Un carácter maternal que siempre transmitió cariño y bondad
Un carácter maternal que siempre transmitió cariño y bondad

El devenir no te lo puso fácil. La Guerra y sus heridas tampoco. Parecías tan frágil y sin embargo, demostraste ser una gladiadora que luchó sin tregua ante las embestidas de la vida. El hambre y las algarrobas, los zapatos desvencijados, la crueldad de los vencedores, el dolor y la enfermedad. Ante la adversidad no te achantaste nunca y supiste enfrentarte a las situaciones duras con entereza y dignidad.

A pesar de todo, la divinidad te regaló muchas oportunidades para seguir componiendo los acordes de tu canción. Una melodía que también habla de la felicidad de los buenos momentos. De las tardes en el paseo y de los pretendientes, las confesiones de juventud y las serenatas, la costura y los atardeceres de sol y mar. De tus recetas, tus historias de antaño y los cuentos con los que mecías nuestra infancia.

Carmen con pamela en la playa junto a familiares y amigos
Carmen con pamela en la playa junto a familiares y amigos

Asumir la muerte es complicado, pero aceptar la ausencia (¡cómo duele!). Esa ausencia se materializa en la cotidianidad de las pequeñas cosas. Tus gafas reposadas sobre la mesa de la galerías, tus alpargatas azules esperándote den la zapatera y ese abanico desmadejado que languidece sin el geito de tu movimiento de muñeca para moverlo con gracia.

La ausencia también habla de echar de menos. De abrir la puerta de tu casa otra vez y no encontrar tus besos estruondosos que tanta gracia me producían. De esperar tu llamada para que me contaras el último capítulo de la telenovela. De tus últimos audios diciéndome que me cuidara. Esa ausencia pesa como una losa en el corazón y con esa hay que aprender a vivir. Ese sí que es un viaje difícil para nosotros.

Carmen a arriba a la izquierda, junto a sus cuñadas durante la juventud
Carmen a arriba a la izquierda, junto a sus cuñadas durante la juventud

Ahora casi un mes después, aún resuena en mí ese último bolero – «Cielito lindo»- el que te cantó la responsable de músicoterapia de la unidad de paliativos y al que yo me uní, mientras te sostenía la mano. Esa fue nuestra despedida. Morías dos días después y dejabas tanto amor tras de ti, que será imposible olvidarte. Te quiero por siempre, Carmen.

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